Qué deseamos los mayores de 50 años

¿Qué queremos los mayores de 50 años?

O mejor ¿Qué deseamos los mayores de 50 años?

A partir de los 50 años cambian las prioridades.

Eso es lo que solemos decir porque somos unos hipócritas que tenemos que justificar de alguna manera que no “podemos” hacer lo mismo que cuando teníamos 20 años.

Pero, es mentira. Seguimos siendo seres humanos y deseamos lo que cualquier persona puede desear, el topicazo: salud, dinero y amor.

A lo mejor, según en el estado físico, sentimental o económico en que nos encontremos, cambia el orden, pero no la esencia.

Cuando empiezas a salir al mundo, unos a los 20, a los 30 o a los 40 (si aún no te han “echado de casa”), tienes una idea en la cabeza de lo que quieres hacer con tu vida. Generalmente, llena de sueños y patrañas que nunca se harán realidad. Básicamente, porque no te han enseñado como hacerlo y el componente “azar” es prácticamente un 80% sobre el 20% que tú sabes controlar.

Asúmelo, “saliste a la calle” sin tener ni puñetera idea de cómo funcionaba el mundo.

En función de cómo te hubieran educado, eras del tipo soñador que se iba a comer el mundo, o del tipo miedica: el mundo es un lugar duro donde hay que asegurarse el que no te falte de nada, o el tipo viva la virgen: seguro que tengo suerte y yo controlo.

De los tres tipos de jóvenes que somos, el primero es el que se lleva las mayores ostias.

Y eso que, en esencia, son los menos equivocados. Se puede conseguir lo que uno quiera, pero con un manual de instrucciones que nadie nos ha dado. La idea es chula, la mejor. Pero nos falta el cómo.

Todos esos gurús de la Ley de la Atracción en la que yo creo ciegamente, dan un manual de instrucciones que está más cojo que una cabra de tres patas.

Y ¿por qué lo sé?

Porque me he dejado las cejas estudiando, aplicando y enseñado lo que es en realidad esa ley de la Atracción. Y, créeme, no consiste en desear alegremente y dejarle al Universo (han sustituido la palabra Dios por la de Universo, porque es más “políticamente correcto”) que te lo proporcione, mientras tú esperas sin mover un dedo.

¿Estamos tontos?

Si fuera así de fácil ¿por qué no somos todos millonarios, tenemos la pareja de nuestros sueños y somos inmortales?

Pues porque no funciona así.

Las monjas del cole donde fui (en la época era lo que había, fuera tu familia religiosa o no) decían eso de “a Dios rogando y con el mazo dando). Yo, en aquel entonces, no lo entendía. Pensaba, pues si tienes que estar dando con el mazo todo el día, ¿para qué rayos necesitas a Dios?

He tardado mucho tiempo en entender que lo que ocurre es que no tenían ni puñetera idea de cómo explicar las cosas a unas niñas. Y digo niñas, porque recordarás que, en la época, no había colegios mixtos. Los niños en un cole y las niñas en otro. Bien separaditos, no fuera que una niña de 8 años se fuera a quedar embarazada o vete tú a saber porque razón. Pero vaya, no me parece, a la vista de los resultados, que a los chicos les fuera mucho mejor. En lugar de las monjas, se lo dirían los curas.

Después está el segundo tipo. A esos a los que sus padres le han enseñado a asegurarse su futuro. Vamos, el pack seguridad completo: la vida consiste en tener un trabajo seguro, casarte y formar una familia, tener dinero para mantenerla y, si para eso, te tienes que matar a trabajar, pues es lo que toca.

En la generación de nuestros padres y las anteriores, es lo que hacían los pobres.

Desde nuestro punto de vista de ahora, tal vez les vemos llevando vidas miserables, aguantando trabajos que odiaban, parejas a las que odiaban y, con suerte, teniendo unos días al año en qué se podían permitir ir al pueblo o a la playa y pasar de la esclavitud de la rutina anual, a la esclavitud de aguantar a la familia a la que no veían en todo el año.

Este tipo, o bien se hacían funcionarios o se aferraban con uñas y dientes al primer trabajo que les diera lo suficiente para vivir.

Ojo, que por mucho que pongamos a parir a los funcionarios, no es tan agradable como lo pintan. Los funcionaros se dejaron las pestañas estudiando tochos de textos y leyes que hay que echarle narices y tuvieron que ganar unas oposiciones, que es algo así como una subasta de puestos de trabajo a ver quién puja más, para ganar un “puesto de trabajo seguro”, firmando así el pacto con el diablo del que ya no pueden escapar.

Verlo desde fuera, con el ojo envidioso de quién piensa que tienen la vida solucionada sin hacer ni el huevo, es quedarse con una visión parcial de lo que han tenido que sacrificar esta gente a cambio de esa “seguridad”.

Los segundos del mismo tipo, los que os agarrasteis con uñas y dientes a un trabajo fijo y seguro, aunque os repateara los hígados, habréis descubierto, con todo el dolor de vuestra alma, que, mientras tanto, el mundo de nuestros padres cambió y que, ahora, nadie se queda 30 o 40 años en la misma empresa. Ni era fijo, ni era seguro. 

No porque no hayas querido, que ya lo sé yo. Sino, porque las empresas, para empezar, nacen y mueren con facilidad de pasmo. Y, peor, porque les importa un comino tu sacrificio, tu lealtad y tus necesidades. Lo que cuentan son los números. Y el sistema económico que tenemos, les impulsa, les marca, les incita, incluso, a meterse la parte emocional en el bolsillo y contemplar a los empleados como un número, el número de los beneficios o pérdidas que aportan.

Total, que, si perteneces al segundo tipo, a estas alturas, estás más quemado que unas brasas de barbacoa de recorrer empresas, pocas o muchas, hasta que, llegado a una edad, a partir de los 50, han decidido que alguien más joven les sale más barato, tiene menos “bajas”, y, bueno, cualquier otra excusa que se les haya ocurrido. Tu lealtad, experiencia y bla, bla, bla, son eso, blablablás para esa gente. No te molestes en entenderlo, no hay explicación. Por lo menos, lógica.

 El tercer tipo, es una mezcla de todas las demás personalidades que puedan existir: desde el espíritu emprendedor que prueba millones de opciones para ver en cuál de ellas “da el pelotazo”, hasta el que le importa todo un carajo, pasando por quien va, como dicen los maños, “como cagallón en acequia” dejándose llevar por las circunstancias y apagando fuegos.

En resumen, da igual a qué grupo hayas pertenecido hasta ahora. “Ahora” es otra etapa de tu vida. Has pasado el Ecuador de los 50 años, asúmelo.

Pero ¿qué queremos los mayores de 50 años?                                     

Básicamente, los mayores de 50 deseamos lo mismo que los que tienen menos. La única diferencia es que tenemos una experiencia que antes no teníamos y una forma física menor que la que teníamos.

Pero tú, como yo, sabemos que, en nuestra cabeza seguimos siendo jóvenes y nos cuesta darnos cuenta de que el tiempo ha pasado. Caemos en la cuenta cuando te cuesta más coger una botella de butano, o cuando ves a tus hijos o a tus sobrinos que tienen hijos propios o se van acercando a la cuarentena. Entonces es cuando dices ¡jolín, como pasa el tiempo!

Y, sobre todo, te das cuenta, cuando miras las ofertas de trabajo y tú no entras en el rango de edades que ponen en los anuncios.

En fin, que hay que asumirlo porque el paso del tiempo no tiene remedio. Pero, tampoco nos tenemos que quedar en un rincón como si nuestra vida estuviera acabada. Solo tenemos que vivirla de otra forma. Aprovechar la enseñanza que nos han aportado nuestras vivencias y sacarles partido.

Aprender a vivir, cuidando tu cuerpo para que siga en las mejores condiciones, asumiendo que, de vez en cuando, vas a sentir molestias que antes no tenías. Decidiendo si quieres vivir en soledad o en pareja sin la presión de “tener que formar una familia y tener hijos” como nos han inculcado en nuestra época. Ahora es cuando puedes decidir libremente.

Y, por último, decidir en qué quieres emplear tu tiempo.

Puedes estar en una de estas tres situaciones:

  1. Haber obtenido la jubilación y tener lo suficiente para vivir. Entonces solo tienes que decidir en qué ocupar tu tiempo libre. Lo de quedarte en casa sentado en la butaca viendo la tele no te lo recomiendo sino quieres acabar con una depresión.
  2. Haber obtenido la jubilación, pero que no te quede ni para pipas y necesites seguir haciendo una actividad complementaria que aporte lo que te falta para vivir con dignidad.
  3. No haber llegado a la edad de jubilación o no tener derecho a ella, en cuyo caso, vas a tener que seguir trabajando.

Si tienes trabajo y quieres seguir en él, no tengo nada que ofrecerte.

Si no tienes o estás hasta las mismísimas del que tienes, tienes una oportunidad de oro para volver a empezar. Y es a ti a quien le estoy hablando.

Mira, tu edad puede ser un castigo o una bendición, depende de ti.

Puedes verlo como un bagaje de conocimientos que puedes aprovechar o te puedes dejar convencer por la sociedad de que ya no sirves para nada. Depende de ti.

A estas alturas, hay por lo menos una cosa que deberías saber: lo que no quieres.

A lo mejor, saber lo que sí quieres es lo que tienes que reflexionar.

En cualquier caso, la vida no se acaba a los 50, ni a los 60, ni a los 70. Solo se acaba cuando te mueres. Mientras estés vivo o viva (que tampoco hay que estar afinando tanto con el lenguaje que ya nos entendemos) tienes que seguir “tirando palante”.

Ahora resulta que somos la “edad plateada”. ¡Toma ya!  

Había que inventar una nueva denominación para nosotros. La edad de oro no nos cubre y la de la mediana edad, al parecer, tampoco. Será que antes la mediana edad ya estaba para el arrastre y nosotros aún seguimos en forma. 

Manda huevos. Nos quieren dar la impresión de estar en una especie de zona de nadie en la que no saben qué hacer con nosotros.

Pues ¡a la mierda! No estamos acabados.

Yo no sé tú, pero yo pretendo darle en los morros a esta sociedad adoradora de la juventud.

Si estás conmigo, este blog te dará sugerencias.

 

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