Vender: lo que aprendiste cambiando cromos

Vender, vender y vender

Índice
  1. Los mejores vendedores se forjaron, sin duda alguna con los trueques de los cromos. Ahí, aprendías a negociar.
  2. Y, ¿para que te cuento esta historia?, estarás pensando.
    1. Ahora muchas personas, quizás tú, tiemblan ante la sola idea de tener que vender algo.

Cuando era pequeña y comenzaba a ir al cole teníamos, por aquel entonces, unos papelitos con ilustraciones a los que llamábamos “cromos”.

Esos nos servían para hacer colecciones de los temas más variopintos. Habría cromos de casi cualquier cosa, pero, los más extendidos eran de animales en todas sus variantes y de futbol o, mejor dicho, de futbolistas.

La cosa consistía (esto lo explico para los más jóvenes porque los de mi generación ya saben de qué va) en que te ibas al quiosco y…

Hago un inciso para explicar lo que era un quiosco de los de entonces que no era nada japonés sino muy español.

Un quiosco era una especie de caseta, normalmente de madera, que estaba plantada en la acera, como ahora los chiringuitos de playa y que, principalmente, vendían periódicos y revistas, pero ampliaban su repertorio con otras cosillas con las que añadir ganancias a su negocio.

En el quiosco tanto podías comprarte una revista rosa, como periódicos, incluso internacionales en algunos de ellos, como te podías comprar chuches (chicles, regaliz, caramelos, pipas), y fruslerías varias como pulseritas, anillos de plástico, diademas de princesa, botecitos de agua con jabón para hacer burbujas, globos y un sinfín de cosas más.

Allí también era donde comprábamos los cuentos de hadas (o de caperucita y el lobo, tanto da) y también, el álbum y los cromos para la colección.

El álbum era una especie de revista, pero vacía.

En las páginas había unos cuadraditos vacíos, con un nombre debajo. En ese cuadradito vacío es donde se pegaba el cromo.

Si el álbum, por poner un ejemplo, era de animales, debajo de la casilla vacía te ponía “tigre de Bengala” y allí era donde tenías que pegar el cromo del tigre de bengala cuando te salía, que ahora explicaré de donde salían los cromos.

Si el álbum era de futbol, pues te ponía el nombre de un futbolista, por ejemplo, Di Estéfano que es el único que me sé y ni siquiera sé si se escribe así.

En el quiosco, también, comprabas los sobrecitos de papel de colorines, donde te indicaba a qué colección pertenecían y, dentro, había, normalmente 3 cromos, algunas veces había 5, pero pocas. Y, también, a veces, las personas que rellenaban los cromos (porque entonces se hacía a mano) se equivocaban y metían alguno de más, para gran alborozo de los coleccionistas. Aunque generalmente eran dos iguales que se habían quedado pegados y no se habían dado cuenta.

Cada sobrecito costaba algunos céntimos (de peseta, claro) y había unos cuantos cientos de cromos que había que meter para acabar el álbum.

Hay que explicar que no sabías, como es natural, los cromos que había dentro del sobrecito hasta que no lo habías abierto y que te salían repetidos hasta la saciedad.

Acabar una colección de aquellas dependía, básicamente, de tres factores:

  1. El poder adquisitivo para comprar sobrecitos. Eso ya dependía mucho del dinero que te dieran los padres y en qué decidías gastarlo.
  2. De tus habilidades para “cambiar cromos repetidos, a los que llamábamos cariñosamente “repes”. Ni que decir tiene que había todo un mercado negro infantil de cromos
  3. Y de que, si habías conseguido llegar casi a rellenar el álbum con relativa rapidez, pidieras a la editorial los cromos que te faltaban. En todas las colecciones faltaban cromos. En mi vida conocí a nadie capaz de terminar una completa. Y la editorial, te los mandaba o no, según le diera.

Esa tontería de los cromos nos servía, a los niños de la época, para muchas cosas que no nos podíamos imaginar:

  1. Entretenernos abriendo sobrecitos con la ilusión inenarrable de ver qué cromos te salían.
  2. Aprender la constancia y la paciencia necesaria para llegar a completar la colección
  3. Aprender a manejar tus finanzas y destinar, unos pocos céntimos para cromos, otros para chuches, otros (los menos, todo hay que decirlo) para el ahorro, etc. etc.
  4. A desarrollar tus primeras habilidades para el comercio; Y, ahora te explicaré porqué.
  5. A hacer relaciones sociales con otros coleccionistas para poder hacer ese comercio. Por lo tanto, a vencer la timidez.
  6. A agudizar el ingenio para fabricar pegamentos de los más raro.
  7. A aumentar la memoria para tener en la cabeza los cromos que te faltaban y no cambiar uno “repe” por otro que ya tenías.

Los cromos se tenían que pegar con pegamento en el álbum para que no se despegaran y los terminaras perdiendo.

Como el pegamento no era algo que tuviéramos en la cantidad deseada, la mayoría fabricábamos un pegamento casero a base de harina y agua, que si se hacía lo suficientemente espeso, pegaba los cromos con bastante adherencia. Aunque también hacíamos otras mezclas más ingeniosas.

Estoy convencida de que muchos químicos, empezaron su vocación buscando y perfeccionando pegamentos para cromos.

Como ves, esto de los cromos era todo un mundo. Y quien mejor se administraba, mejor memoria tenía, más desarrollaba sus habilidades sociales y más capacidad tenía para negociar, era quien se llevaba el gato al agua.

Con ese juego de las colecciones, empezábamos a entrenarnos para desenvolvernos en el mundo de los adultos. Pero, no nos dábamos ni cuenta. Para eso son buenos los juegos, porque además de entretener, son didácticos.

Los mejores vendedores se forjaron, sin duda alguna con los trueques de los cromos. Ahí, aprendías a negociar.

Aprendías a darte cuenta de que había cromos más valiosos que otros y que, otros coleccionistas, estaban dispuestos a darte un buen puñado de cromos por uno solo, del cual eras el afortunado poseedor, no solo de uno (que te hacía falta a ti) sino de otro “repe” que te iba a hacer rico.

Porque el trueque, no solo era de cromo por cromo, sino que se podían añadir unas chuches, una goma de borrar o cualquier otra cosa, que el no poseedor del cromo tenía y a ti te apetecía mucho. Sobre todo, las gomas de borrar que habían descubierto la existencia de los agujeros negros mucho antes que la física cuántica o las lavadoras con los calcetines.

Y, ¿para que te cuento esta historia?, estarás pensando.

Te la cuento para que te des cuenta de que, desde pequeño, empezaste a desarrollar unas habilidades que, ahora, casi todo el mundo odia. Aprendiste a vender; con todo lo que eso conlleva.

Ahora muchas personas, quizás tú, tiemblan ante la sola idea de tener que vender algo.

Me refiero a profesionalmente, claro, porque en lo de vender la ropa usada, el coche, o cualquier “pongo” que tengas por casa en alguna de esas plataformas al estilo wallapopo (por no darle publicidad) no tiene nadie ningún reparo. Es más, a casi todo el mundo le encanta y presumen ante las amistades de lo que han sacado por cualquier tontería.

Aclaro que un “pongo” es una palabra que me enseñó mi cuñada, para designar alguno de esos objetos rarísimos o, supuestamente, decorativos que alguien te regala, te tienes que quedar por quedar bien y que te preguntas por dentro ¿y esto, dónde rayos lo pongo?

Pues, a ver, alma de cántaro, si eres capaz de vender los “pongos” más inservibles a través de esas aplicaciones de Internet ¿qué haces sin trabajo, cuando hay tantas cosas que vender y el mundo de internet es tan grande?

Seguro, que en el cole eras un hacha cambiando cromos. O, por lo menos, te defendías.

Me juego algo a que has vendido cosillas que no sabías que hacer con ellas o ropa que no te servía o que te habías comprado en las rebajas en un momento de ofuscación mental en alguna de esas aplicaciones.

¿Te das cuenta de que podrías convertir esa habilidad en un negocio y salir de la miseria?

Pues ale, te lo dejo aquí para que reflexiones y ya seguiré dándote ideas de cómo ganarte la vida, tengas la edad que tengas. Pero, si, además, tienes más de 50 años, echa la vista atrás y acuérdate de los cromos. De esa época dorada en la que “ser un vendedor” no te hacía temblar de miedo y, quizás, hasta recuerdes que se te daba francamente bien.

 

 

 

 

Rosalia

Psicóloga Gestalt, Hipnóloga y Coach de pareja. 40 años ayudando a personas a encontrar su pareja ideal y como llevar su relación hacia una estabilidad duradera.

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